En otros
posts anteriores, hemos analizado temas como el siginificado de evaluar , los factores y patologías que nos encontramos al
hacerlo, señalando, además, algunos instrumentos de evaluación y coevaluación.
Pero ¿qué sucede a nivel de gestión de la formación?
¿Es necesario evaluar también? ¿Qué sucede si los programas formativos
ofrecidos no son analizados y evaluados deseablemente?
Partiendo que la
mayoría de las empresas o entidades formativas tras un proceso de formación de
trabajadores/as quieren ver la “rentabilidad de la formación ofrecida ”es
necesario medir de algún modo la aceptación del curso, el aprendizaje, la
transferencia al puesto de trabajo de las habilidades y conocimientos
trabajados en la formación, el impacto que produce la formación en sí misma, en
los resultados de las organizaciones, etc.
Donald Kirkpatrick es
un autor pionero en la evaluación del impacto de los programas de formación.
Su modelo de los 4 niveles de evaluación de la formación es un concepto
de referencia para los profesionales del campo de los Recursos Humanos y de la
gestión de la formación. Así, este escritor y psicólogo inglés determina
cuatro niveles :
- Nivel de reacción: Se ocupa de cómo se ha recibido la información. Mide la aceptación del curso por el o la participante, con independencia si era o no apropiado.
- Nivel de Aprendizaje: Se mide cuánto han aprendido los/las participantes en la acción formativa. Sería interesante que este nivel se pudiera valorar a lo largo de la acción formativa y al final
- Nivel de desempeño: Mide cómo se modifica la conducta de los/las participantes de la formación una vez que se han incorporado al trabajo y en qué medida se aplican los saberes, habilidades y actitudes al puesto de trabajo.
- Nivel del resultado: Ofrece una medida del impacto de la formación en los resultados de la organización. Los resultados se deberán medir usando indicadores claves propios del ámbito concreto del que se trate.
Es importante recordar que para emitir juicios y tomar decisiones, tras una evaluación deberíamos evitar:
- Los juicios dogmáticos, que nos alejan de la participación activa de más agentes evaluadores.
- El uso de estereotipos que influyan en la toma de decisiones.
- Nuestra propia actuación docente como jueces y parte de esa medición y valoración.
- Las valoraciones impresionistas que carecen de un análisis que argumente esa toma de decisiones.
- El efecto halo que en ocasiones puede sesgar la evaluación y hacer que la percepción de un rasgo particular, se vea influenciada por la percepción de rasgos anteriores en una secuencia de interpretaciones.
No es la primera vez
que comentamos la responsabilidad que implica el acto evaluativo.
Tal vez por eso,
cuánto más integral, continuo, orientador y compartido sea este
proceso, seguramente la interpretación y toma de decisiones posteriores a la
obtención de información, serán mucho más ricas.
Creo que la evaluación
no debería quedar limitada al aula, sino ir más allá, intentando implicar a más
agentes evaluadores que ofrezcan variables de análisis convergentes y ayuden a
determinar la pertinencia de muchos de los programas formativos, no olvidando,
por supuesto, los propios intereses y necesidades formativas de los
destinatarios/as. Algo obvio, pero a veces no tan "real".
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